EL PASEO DE LOS ENAMORADOS
Hace unos días, en uno de mis viajes, recalé en la villa de Alhama y como
no, visité su balneario. Escondido detrás de un desfiladero, excavado por el
río Alhama, se nos presenta como una estancia rural envuelta
en jardines. El río rodea el edificio principal y se aleja poco a poco
acompañado de un jardín que después se convierte en alameda.
Los balnearios son lugares en los
que la tranquilidad y el sosiego se respiran por cada rincón y el paseo que
discurre paralelo al río invita a seguirlo. Me dejo llevar por esa invitación y
con un libro en la mano me dispongo a pasar un rato.
Río Alhama |
Comienzo el retorno pensando en esa alameda talada y en las raíces
trituradas, la lectura de mi libro pasa a segundo plano y de pronto, me
encuentro con que los árboles que jalonan el camino están rotulados con nombres
de amantes que hicieron esa ruta antes que yo. Raquel y Manolo; Pedro y María;
la Sevillana y Pepe y así hasta más de cien árboles con nombres y fechas
encerrados en corazones o en marcos que delimitan muy bien el territorio de
cada pareja. El tema del libro, que era motivo de meditación a la ida, deja de
ocupar mi pensamiento y me pregunto cuantas de esas parejas habrán cultivado su
amor, lo mismo que el campesino ha abonado y regado esa alameda para que el
árbol crezca y para que, aquel corazón que dibujaron en su corteza se hiciera
cada vez más grande; Cuantas habrán sobrevivido a los primeros vendavales y
cuantas habrán dejado de serlo, y hayan visto con alivio como talaban el árbol
que tenía grabado su nombre.
Con estos y otros pensamientos
llego hasta la zona de baños y la ida y venida de bañistas me saca de mis
cavilaciones y me devuelve a la realidad. Sus risas y miradas de complicidad me
hacen de nuevo preguntarme ¿cuántas de esas parejas que encerraron su nombre en
un corazón habrán sido huéspedes del
balneario?
Fotos: J.A. Cortés
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