CABO DE GATA  EN PRIMAVERA

           
            Este año, de primavera lluviosa, la naturaleza está siendo generosa hasta en lugares que normalmente no son muy agraciados por ella. En este caso hablo de la provincia de Almería. A pesar de que las lluvias no han sido tan espléndidas como en otros lugares, estas tierras, castigadas por el viento y el sol han agradecido la poca agua que se ha dignado caer por aquí.
            Los primeros pueblos que nos encontramos nada más cruzar el límite provincial tienen ya un aire norteafricano que no vemos en la provincia de Granada, su vecina. Situados en la ladera de un monte, sus casas son cubos pintados de blancos o de color tierra con ojos  que miran hacia la vega que se extiende al pie de la ladera. Gergal es un ejemplo de ello.

Gergal


Según llegamos a la capital y antes de que los invernaderos inunden el paisaje de plásticos, nos podemos encontrar con el llamado desierto almeriense. Una sucesión de colinas y montículos que el viento y la lluvia han erosionado de forma caprichosa y que el clima se ha encargado de dejarlo desprotegido de vegetación. Milagrosamente algunos cauces de las ramblas que se forman llevan agua y la lluvia ha dejado reluciente la poca vegetación que hay. Este desierto que simuló ser el del lejano oeste contiene un poblado en recuerdo de lo que fue en sus años de gloria.



Desierto de Tabernas


Nuestro objetivo era llegar a Cabo de Gata y la primera visita a este paraje natural la hicimos en las cercanías del centro de visitantes La Amoladeras. Desde ahí sale una ruta de casi ocho kilómetros que nos adentra en el corazón del paraje. Pasear por un lugar como este es una experiencia que merece la pena ser contada.
        La ruta comienza atravesando un bosque de pitas. Ya sé que parecerá raro que las pitas formen un bosque, pero es así. En principio fueron cultivadas para la fabricación de las cuerdas de pita y ahora, que están abandonadas forman un bosque, cuyos “árboles si dejan ver el bosque”. El sotobosque está formado por hierbas aromáticas como, tomillo y lavanda. Cuando se secan los troncos de las pitas caen al suelo y le aportan materia orgánica, los anillos de sus troncos forman dibujos sencillos parecidos al sol que pueda dibujar un niño.


Comienzo del bosque de pitas

Seguimos nuestra ruta,  atravesar un espartal, no es que sea nada del otro mundo, pero situarse en él y otear el horizonte es algo que relaja la vista y nos da idea de inmensidad. De vez en cuando los gladiolos asoman dando una pincelada de color al paisaje y, más cerca del suelo diminutos lirios morados hacen lo posible por no pasar desapercibidos.
Para terminar este itinerario nos encontramos con otro “bosque”, en este caso de azufaifos. El azufaifo es un arbusto espinoso propio de regiones sub-desérticas. Su disposición natural resulta curiosa porque se concentran en un lugar y sirve de defensa a otras plantas. Su florecimiento es más tardío y ahora sólo lo podemos ver con sus ramas desnudas, mientras sus vecinas aprovechan su protección para desarrollarse.


Azufaifo

Terminada la ruta, otro punto de interés es el mismo cabo de Gata, que no puede ocultar su naturaleza volcánica. Montañas en las que a duras penas puede crecer el palmito y alguna que otra planta aromática, su atractivo principal no radica en la vegetación sino en su suelo, en las piedras que lo forman y en los colores que tienen, que delatan que estas piedras están y han estado cargadas de mineral.
            El origen volcánico de esta región se muestra en toda su intensidad en el mismo cabo, los acantilados de color negro azabache no nos dejan indiferentes, algunas de las peñas rocosas que se desprenden del acantilado reciben nombres tan poéticos como “las tres sirenas”, nombre que no resulta nada extraño en un lugar en el que las historias de piratas y corsarios forman parte del imaginario popular






 Fotos: José A. Cortés



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