CUENTO PARA UN FUTURO NATURALISTA
El álamo de la orilla del pantano
Desde hace algún tiempo, la vida bullía lentamente en el interior de aquel
álamo de la orilla del pantano. Ya no le afectaba el paso del tiempo, no sentía
empujar con tanto ímpetu a las yemas en
primavera, sus ramas no se mecían con el viento y sus hojas no dibujaban en el
suelo un tapiz de luces y sombras. Pero sus raíces seguían siendo profundas y
hacían que se mantuviera erguido con mucha dignidad, por lo que, a pesar de
todo, continuaba disfrutando de la vida
que otros le prestaban, como la hiedra que se había adherido a su tronco y que no había manera de
separar o todos los pájaros que se posaban en sus ramas desnudas para descansar.
Hoy, por ejemplo, han llegado los abejarucos, si, esas aves tan vistosas
que se alimentan de avispas y abejas, pues cuando se han posado en sus ramas
han empezado a hablar del viaje que
llevan hecho, de lo que les queda por hacer y cales son las paradas que harán
hasta llegar más allá del Africa Subsahariana. Mientras ellos hablaban, el
álamo se recreaba en la intensidad del verde y amarillo de sus plumas y en el
porte majestuoso que tenían cuando se posaban. Eso ha sido a media mañana, pero
antes de amanecer estaban las abubillas, más de treinta habían pasado la noche
allí cerca y venían a desperezarse antes de empezar el día. A veces le hacían
cosquillas con su largo pico y dibujaban una sombra parecida a un martillo
cuando se inclinaban.
Algunas estaban todavía allí
cuando han llegado los abejarucos, se han puesto a hablar entre ellos de lugares
que el álamo no conocía y para no aburrirse empezó a echar cuentas de la última
vez que se pararon los abejarucos en sus
ramas. No hacía tanto tiempo, recuerda que decían que iban hacia el norte, que tenían
prisa por llegar porque ya mismo se emparejarían para criar y no podían perder
tiempo. Apenas pudo entablar conversación con ellos, en cambio ahora iban más tranquilos, no
parecían tener prisa y decían que iban hacia el sur. Norte, sur, África,
palabras sin significado para un pobre árbol medio seco a la orilla de un
pantano.
abejaruco |
Como era finales de agosto, según iba apretando el calor, el árbol se fue
quedando solo, no tenía mucha sombra para dar y a ningún pajarillo en su sano
juicio se le ocurriría descansar en sus ramas, sólo las monótonas chicharras se
atrevían a cantar, impregnando el ambiente de un sopor que invitaba a sestear.
A media tarde, el ruido de un
motor despertó a nuestro árbol del letargo de la siesta. Llegó un coche verde y
un hombre y una mujer se instalaron a la
sombra de un sauce, sacaron cosas del maletero, se metieron en la espesura de los tarajes con
unas bolsas de tela y unos palos, cuando volvieron sacaron sillas y una mesa y
se sentaron. La mujer algunas veces miraba
con unos prismáticos lo que se movía entre las ramas del álamo. De vez en
cuando iban de nuevo a los tarajes, volvían con unas bolsas y se sentaban a
apuntar cosas. El álamo estaba muerto de curiosidad por saber que estaban
haciendo estas dos personas.
Mientras el árbol estaba cavilando sobre lo que ocurría más allá, se posó
en sus ramas un mosquitero, estaba inquieto, protestaba porque, cuando él iba
tan tranquilo de un taraje a otro, de pronto se enganchó en una red y durante
un tiempo se quedó colgado hasta que un
hombre lo liberó, lo metió en una bolsa de tela y se lo llevó.
El árbol le
preguntó:
- ¿Qué te han
hecho?
-En realidad no
me han hecho daño- dijo el mosquitero- me han puesto una anilla en una pata, me
han medido el ala, pesado y me han vuelto a echar a volar, mientras esperaba en
la bolsa escuché hablar al hombre de que había más mosquiteros en otras bolsas,
pero eran diferentes a mi, yo, al parecer soy un mosquitero musical, pero había
otro mosquitero ibérico y otro más al que llamó mosquitero papialbo. No pensaba
yo que tuviera tantos primos. A ellos les pusieron la anilla primero y después nos
sacaron a los tres de la bolsa para que la mujer viera la diferencia entre
nosotros. Después nos soltaron al mismo tiempo.
- ¿Cuánto dice
el hombre que pesas?
- Casi nada,
siete gramos y poco. Dice que todavía no tengo grasa para irme de viaje.
-Ya decía yo que
apenas notaba tu presencia, y tiene razón el hombre que con siete gramos no se
va a ningún sitio. A ver, enséñame lo que te han puesto- dijo el álamo
- Tu mismo lo
puedes ver desde ahí, está en mi pata derecha, ¿lo ves?
- Y, ¿para qué
servirá eso?
- Según he
escuchado el hombre está haciendo un estudio sobre los zarceros pálidos. ¿Sabes
cuales son, no?
- Si claro, como
no voy a saberlo si estoy harto de escucharlos, porque esos no vienen por aquí,
siempre están en los tarajes, como mucho los veo en la punta de la rama
cantando.
-Pues los anilla
para que se sepa donde van y de donde vienen.
Mientras el árbol mantenía esta conversación con el mosquitero, el sol se
ponía entre las ramas de los eucaliptos y las abubillas se juntaron de nuevo en
el árbol. El mosquitero por si acaso se fue y las abubillas se quedaron solas. De
pronto como obedeciendo una orden interior, todas decidieron tirarse al prado a
comer algo antes de acostarse. Mientras ellas comían tan tranquilas, el hombre
y la mujer aparecieron. Las pobres se asustaron y echaron a volar hacia el
tarajal. Algunas se pusieron tan nerviosas que cuando alzaron el vuelo no
vieron las redes y cayeron atrapadas en ellas. El álamo cuando vio la escena se
quedó expectante a ver que contaban las abubillas cuando volvieran.
abubilla |
Al poco rato apareció una con una
anilla en la pata, refunfuñaba preguntándose como había podido ser tan tonta para caer en la red. El
árbol le explicó lo que le había dicho el mosquitero, pero aún así la abubilla
no se quedó conforme, estaba disgustada, la mujer le había acariciado la cresta
como si ella fuera un peluche y la retuvieron un rato en la mano para mirarle
bien las plumas.
Otra abubilla, que había escuchado
las explicaciones del árbol preguntó:
-Si esta gente
lo único que quiere es estudiar a los zarceros pálidos, ¿Qué pintamos nosotras
en ese estudio?
El árbol, que ya
se había hecho una idea de todo lo que había pasado esa tarde, dijo:
-Imagino que
vuestro anillamiento serán los efectos colaterales del estudio.
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