BAÑOS DE LA ENCINA
Una pequeña joya en el corazón de la Sierra de Andújar

Entre los muchos nombres de villas y ciudades que podemos encontrar en la autovía que nos lleva desde Jaén hasta Madrid, Baños de la Encina no destaca, no tiene ninguna indicación que nos advierta de su monumentalidad, por lo que nuestro acercamiento se hizo casi por casualidad, conscientes de que este país esconde rincones y monumentos en el lugar más insospechado. Buscábamos información sobre como iba la brama del ciervo en la sierra de Andujar y nos encontramos con un comentario que nos llevó a visitar Baños de la Encina.
Vista  general de Baños de la Encina
 Desde lejos, lo primero que se divisa es una gran fortaleza. El pueblo se halla pegado a ella por el extremo este, mientras que por el oeste un mar de olivos se extiende hasta la lontananza. En la cercanía, la fuerza que transmiten los muros de este castillo-fortaleza pervive a los largo de los siglos y recorrer su perímetro nos lleva a pensar en la época de su construcción: Año 968, el califato de  Al- Andalus  está en su punto álgido, Al-Hakam II decide construir esta fortaleza para albergar a las tropas alistadas en las campañas anuales contra los reinos cristianos. Baños de la Encina, un lugar a caballo entre Castilla y Andalucía, en  el 968 era una de las fortalezas más cercanas a la frontera cristiana, allá por la provincia de Soria y en su castillo las tropas beréberes pasaban el invierno a la espera de la siguiente campaña. Su construcción es de una sencillez absoluta, muros de argamasa compuesta de tierra, piedras y cal se levantan para terminar rematados con almenas. El arco de entrada, que como no podía ser de otra manera es de herradura, es su sello de identidad.
Puerta de entrada a la fortaleza
Tras la caída del califato, el dominio de la fortaleza se fue alternando entre musulmanes y cristianos, hasta que la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212  inclinó la balanza del lado cristiano y este espléndido castillo pasó a ser custodiado por la Orden de Santiago.
            Las calles que conforman el casco antiguo están salpicadas de casas señoriales que nos hablan del esplendor económico de esta villa que, hasta la Desamortización de Madoz tenía un rico patrimonio forestal a pesar de las ansias de los grandes propietarios de convertir todas las tierras en zonas de cultivo de cereal y más recientemente en olivar. De la importancia del cultivo del cereal nos hablan las numerosas eras situadas en la parte alta del pueblo, hoy convertidas en pequeñas plazas, en una de ellas un molino de viento al estilo manchego tuvo que ser el no va más de la modernidad allá por el siglo XVIII cuando se construyó.
            Cualquier rincón del casco histórico es bueno para sentarse, descansar y si nuestra vista alcanza el horizonte, recrearse en la monotonía que los olivos imprimen al paisaje rural de esta zona y descubrir la belleza que encierra esa sucesión infinita de árboles todos iguales, que para nosotros es un olivar, pero para un foráneo de más allá de los Pirineos podría ser un bosque de olivos.

Calle que sube a la fortaleza








Molino de viento estilo manchego

Vista de la fortaleza



Fotos: José A. Cortés

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