AMAESTRANDO LAGARTOS EN LA SIERRA DE CABRA
Fotos: José A. Cortés
La anchura de la nava apenas llegará
al kilómetro, así que en todo momento se encuentra una, arropada por los
bosques de quejigos, encinas y majuelos que hay en las laderas de los montes
cercanos. Aunque el camino lleva hasta
Zuheros, nuestro destino se queda a la mitad donde, en un rincón
semiescondido un arroyo salta al vacío y
forma una pequeña cascada que los
paisanos del lugar llaman “Las chorreras”.
El paseo se presentaba sin grandes
pretensiones, sólo disfrutar al aire libre de los últimos días de la primavera.
En ningún momento pensamos que pasaría a la historia de nuestras vidas como el
día que amaestramos lagartos. Unos días antes, en una conversación en familia
estuvimos hablando de que hacía mucho tiempo que no veíamos lagartos en el
campo y mira por donde nada más iniciar nuestra ruta se cruza uno en el camino
a toda velocidad. No le dimos importancia, hacía calor y era una temperatura
óptima para los reptiles. Anduvimos unos metros más y otros dos se pusieron a
nuestro alcance, esta vez en pareja y dejándose ver un poquito más; al poco
rato otro se cruzó a una velocidad de vértigo, fue visto y no visto. Ya iban
cuatro y eso que pensábamos que ya no había en el campo tantos lagartos como
antes.
Llegado este punto empezamos a contar
los lagartos vistos, porque no era muy corriente que en un camino y en un rato
se vieran tantos. Una vez en nuestro destino nos dispusimos a descansar y
comer. En eso estábamos cuando otro lagarto se dirige hacia nosotros, al vernos
se desvía un poco y se esconde en un agujero. Como personas que se quieren
asegurar de que lo que han visto es real, sale del agujero en el que se ha
refugiado y se acomoda en una piedra a tomar el sol, mientras tanto otro, sigue
sus pasos y al ver que la piedra estaba ocupada se queda en una de más abajo.
Nuestra vista no se retiraba de estos dos “individuos” cuando escuchamos un
ruido de hojas secas cerca de nosotros, volvemos la vista y efectivamente era
otro lagarto que al ver que estábamos quietos, sin movernos, decidió darse una
vuelta a nuestro alrededor hasta que sin
ningún pudor se puso a pasear por la ropa que teníamos echada en la hierba y si
el hueco de la mochila hubiera sido más oscuro se hubiera metido a husmear lo que había
dentro. Mientras tanto los dos que se habían dedicado a tomar el sol fueron
conscientes el uno de la presencia del otro y estuvieron a punto de enfrascarse
en una lucha por el territorio.
Como si de un documental de la dos se
tratara tuvimos tres hermosos lagartos a dos pasos de nosotros, así que pudimos
admirar el intenso color verde de su
cuerpo y las manchas azules que bordean
su abdomen, la majestuosidad de sus movimientos y la agresividad que gastan
cuando tienen que defender su territorio.
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