LA ALPUJARRA MÁS ALEJADA

Pueblos de la Alpujarra
Siempre que pensamos en visitar Las Alpujarras nos viene a la mente  pueblos como Pampaneira, Capileira, Bubión…  y por desconocimiento omitimos otros tan bonitos y agradables como éstos, son los que miran hacia la costa: Válor, Laroles, Yegen, Mecina Bombarón y muchas más aldeas que ocupan la cara sur de Sierra Nevada silenciosa y mansamente. La mayoría de ellos poseen una historia rica, llena de lealtades y traiciones que se funden en el tiempo en forma de fiesta de moros y cristianos.
Al término de la conquista del reino de Granada, los moriscos de las Alpujarras quedaron atados al territorio que habían ocupado tiempo ha y no siguieron los pasos de los seguidores de Boabdil que abandonaron la Península detrás de su rey.
La tolerancia y el acuerdo se impusieron hasta 1568, fecha en la que se inició la primera rebelión morisca de la Alpujarra. Los habitantes de Válor, Yegen, Mecina Bombarón y otras aldeas, situadas en esta vertiente de Sierra Nevada tuvieron un gran protagonismo en ella.  Dos de ellas conocidas por la literatura histórica destacan para mí: Válor y Yegen
Válor: Aquí nació Fernando de Válor, nieto de D. Hernando de Válor, contemporáneo de la conquista de Granada que se hizo bautizar y cambió su condición de príncipe moro por las grandes mercedes que le hicieron los Reyes Católicos.
Cuando se inició la rebelión morisca de 1568, Fernando de Válor se hizo coronar rey de los moriscos alpujarreños con el nombre de Aben Humeya. Cuentan los historiadores que Fernando de Válor era un mancebo rico de rentas, de notoria resolución y firmeza. Heredó de sus ancestros el cargo de regidor perpetuo del Ayuntamiento de Granada y al encabezar la rebelión saldó muchas cuentas personales y políticas, cuyas historias invito a descubrir.
Yegen: Situada a unos diez kilómetros de Válor me es conocida porque Gerard Brenan, escritor británico, vivió en ella a principios del siglo XX y allí sitúa su libro Al sur de Granada. La describe como una aldea fértil,  rica en todo tipo de cultivos y árboles frutales. Su población apenas superaba los mil habitantes se distribuía en dos barrios, el de arriba y el de abajo, separados por la carretera.

Describe sus casas de dos pisos con tejados hechos con pesadas losas de piedras dispuestas horizontalmente. En algunas de ellas, parte del terrado se utilizaba de azotea donde se ponían a secar, en los meses de otoño e invierno, el maíz, ristras de pimientos rojos, tomates o berenjenas.

Podíamos decir que aparentemente así sigue esta aldea cien años después.

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